Hallazgos Viajeros EL HILTON DE VENECIA Y EL FAENA DE BUENOS AIRES Del trigo al glamour. Antigos molinos harineros convertidos en 5 estrellas Por Miguel J. Culaciati Alrededor del año 2000 comencé a viajar por Europa, empujado por la necesidad de moverme, de alejarme de pérdidas, dolores y sacudones que me habían dejado sin suelo firme en la Argentina de las eternas crisis. No era un turismo programado ni veloz, era un peregrinaje lento, casi intuitivo, en busca de belleza, sentido y nuevos paisajes internos y externos. Así llegué a Venecia. Recuerdo bien la primera vez, iba por dos días y me quedé veinticinco. Fue un flechazo. Volví una y otra vez, ya no como turista sino como alguien que había encontrado un lugar que le hablaba a mi alma. Recuerdo haber escrito en una de las primeras crónicas “Venecia, la ciudad donde cada pared manchada, donde cada reja herrumbrada o color avejentado parecen haber sido delicadamente diseñados por un ángel de sensibilidad infinita” Y me sumergí en su historia, en los laberínticos canales, en los los silencios de los atardeceres en el Lido, donde el mar y la calma te envuelven con su magia sanadora. Y adopté como costumbre asistir cada tercer domingo de Julio a la Festa del Redentore, una tradición que nació en 1577 para conmemorar el fin de una devastadora peste. Durante la noche del sábado, la laguna se llena de barcas, lujosas o humildes, engalanadas con luces, flores y banderines, mientras los venecianos y turistas comparten cenas bajo las estrellas. Se construye un puente flotante que conecta la ciudad con la isla de la Giudecca, donde se encuentra la iglesia del Redentore. A medianoche, un espectáculo de fuegos artificiales ilumina la ciudad como si fuera un bálsamo de gratitud y belleza suspendida en el tiempo. Buscando el mejor lugar para ver ese espectáculo descubrí el Hilton Molino Stucky. Me atrapó no sólo por su terraza con piscina y vistas mágicas, sino por algo más profundo: estaba construido sobre un antiguo molino harinero, y conservaba su estructura de ladrillo visto con una elegancia austera y distinguida. Un especial cocktail de lujo con historia, belleza con pasado, sin ostentaciones vulgares. Más de 350 habitaciones y múltiples espacios para el arte y el encuentro EL FAENA Al tiempo también conocí en una cita muy especial, en Buenos Aires, otro hotel muy particular. Fue al encontrarme con viejos amigos de mi padre —amistades que tuve el honor de continuar— en el Hotel Faena, en Puerto Madero. Apenas entré, lo supe: esa estructura, esos ladrillos traídos de Manchester, esa atmósfera de otra época... Sí, allí también había existido otro molino. Otro gigante harinero. La historia me lo confirmó: hacia 1902, esta zona era propiedad de la legendaria empresa argentina Bunge & Born, dueña de los Molinos Río de la Plata. Fue una usina de la industria alimenticia y, más tarde, a partir de 1956, sede de la planta de harina Blancaflor, todo un ícono argentino. Con la revalorización de Puerto Madero, ese viejo gigante durmiente volvió a despertar. El empresario Alan Faena lo compró, y junto al célebre diseñador Philippe Starck, lo transformó en un hotel de lujo que hoy combina arte, arquitectura y glamour con una personalidad única. 88 habitaciones, 80 residencias privadas, restaurantes elegantes y cafés con una impronta inconfundible. Y, como en el caso del Molino Stucky, conserva gran parte del valor arquitectónico original, esos ladrillos que aún cuentan al viajero atento historias fascinantes. Quizás porque amo las construcciones con historia. Quizás porque busco belleza que no esté divorciada de la memoria. O simplemente porque estos edificios, como yo, han tenido que transformarse sin perder su esencia. Lo cierto es que este hallazgo entre dos continentes, dos antiguos molinos y dos hoteles con alma me dejó una certeza: detrás del trigo puede haber también glamour, y detrás del ladrillo, poesía. Solo hace falta saber mirar. Miguel Culaciati ///